Deja vu de fragmentos
Siempre he pensado que la historia más difícil de escribir es la de uno mismo; nunca quedas conforme, y piensas que se te escapan mil capítulos de tu vida, que para ti realmente son importantes; bueno, me aventuré, una radiografía al cerebro y al alma, deja vu de fragmentos, la novena página del Diario de Way Roth.
El 11 de mayo de 1982, a eso de las siete de la tarde -según mi madre, Magaly Piñero, dueña de casa- pegué mi primer grito en la tierra, todo en una clínica desaparecida del centro de Santiago. “Polidoro”, fue el primer apodo que tuve, aún siquiera teniendo conciencia de mi nombre real.
Y es que “el niño de oro”, fue lo primero que pronunció mi padre, Carlos Aguilar, comerciante, cuando le pasaron la cuenta en el recinto médico, y es que ciertamente era caro todo un tratamiento a una guagua sietemesina cuyos grupos sanguíneos estaban mezclados, negativa con positiva; y la culpa no era mía.
El niño se llamará Carlos Antonio -sin siquiera preguntarme-; y aunque por mucho tiempo no me gusto, después me fue convenciendo, o quizás solo me acostumbre. Claro, el primero por mi padre, y el segundo por el médico que hizo la hazaña; creativos… sí como no.
Los Primeros pasos
Aunque no están todos en mi memoria, los recuerdos de mi infancia -gracias al aporte de las reuniones familiares- son bastante normales; sabía cosas, rompía cosas, jugaba, dormía y comía, normales. Aunque la Maga (mi mamá) siempre rescata todo lo que sabía con tan solo tres años: Señalética, próceres, jugar cartas, ver la hora en el reloj romano (¿?), amarrar mis cordones, etc. Sacaba pecho ante tanta proeza de su hijo menor.
En la educación básica y prebásica fui bastante “patiperro”, estuve en tres colegios, aunque a estas alturas de la vida uno no toma muchas decisiones, sólo acata, esto admitiendo que era -y soy- bastante llevado a mi idea. Con tres años y sin miedo a perderme, en el centro de la capital o en la feria de mi casa, si no hacían lo que quería, me enojaba y me iba.
- Mamá cómprame esto…
- ¡No!
- Ah, me voy…
Mi primera incursión educativa -prebásica- estuvo en las tablas de la Escuela 108, cerca de donde vivo, en Recoleta, Santiago. Luego vino durante dos años la Escuela San Pedro, de acá me tuve que ir por obligación, fue cerrada porque su director arrancó del país con los fondos del colegio, algo que en ese tiempo entendía poco; y terminé ese ciclo con los siguientes seis años en el Liceo Avenida Independencia, del cual poseo los casi únicos recuerdos deportivos de mi vida… buenos recuerdos.
Si bien fue una etapa tranquila, en la cual descubrí mi afición por las comunicaciones -Cine, Teatro, Música, Dibujo, Escritura-, durante esta fase previa a la real adolescencia -enseñanza media- viví lo que son, quizás, los dos capítulos más tristes de mi vida (suspenso): La separación temporal de mis padres, y la muerte de mi abuela materna.
Sí pues, a pesar de lo abatido, acá comenzó mi acercamiento a las “comunicaciones”; concursos de dibujo, cantar con amigos, ver películas, hacer cómics, fueron mis diversas primeras facetas, algunas perduraron, otras evolucionaron o bien desaparecieron, y a cambio, afloraron otras nuevas como la escritura y la actuación, pero de que hay talento lo hay.
Segundo Tiempo
Luego llegó la “real adolescencia”, la etapa de la rebeldía, del carrete, de encaminar el futuro, de los pololeos. Para no arriesgarse nuevamente, mi madre decide inscribirme en un liceo comercial, es así como llego al ex A-25, actual Luís Correa Prieto; y decía arriesgarse, porque mis dos hermanos mayores -Rodirgo de 35 y Katiuska de 30- nunca aprovecharon las instancias educativas que mis padres les facilitaron, se las farrearon. El lema era: “La última es la vencida”.
Curse sin mayores problemas los “5” años -eso duraba la secundaria comercial- de enseñanza media. Recuerdo que al llegar al primer día de clases, entre a la sala y tras ver a todos mis compañeros callados y con cara de susto, me largue a reír delante de ellos, luego tuve que comenzar a hablar con algunos para que finalmente todo el curso se soltara un poco y dejaran fluir la sociabilidad.
Luego de estar entre los mejores del curso en toda la básica, en la media sólo me dediqué a pasar los ramos, me gustaba más apodar a mis compañeros, capear clases, escaparme y dármelas de lindo con las muchachas que rondaban por nuestra sala. Lo bueno es que tenía suerte, primero: cada vez que me mandaba “condoros” no me pillaban, aunque era constantemente citado a la oficina; y segundo: hacerme el lindo me resultaba.
Con un invicto en promedios azules, pero con una nota final bastante paupérrima (5.1), diciembre del 2000 le decía adiós a mi condición de alumno secundario, y me daba el pie para realizar la práctica durante los próximos meses, para que el siguiente año me titulara junto a mis compañeros como Contador General, por lo menos eso dice el diploma que mi madre enmarcó con tanto orgullo.
Pero como se habrá notado, no tenía mucho interés por la contabilidad, por lo que me di un relajo, vacaciones, aunque la mayor parte del tiempo lo pase sólo en la casa. Pasaron así los meses y algo tenía que hacer por la vida; tras una serie de llamados de la “Tía de las prácticas”, una señora bien buena gente que se encargaba de conseguirle prácticas a los que más pudiera, me dijo que me presentara en “Transportes Andina Ltda.”, tras una pequeña entrevista, fue mi currículo el aceptado, y a fines de abril, me prestaba para realizar el último paso antes del recibo del ya mencionado certificado.
Camino a la Universidad
Terminada la pericia, nuevamente me di unos meses de relajo, y aunque hasta ahora suenan como innecesarias, los últimos tres veranos había estado trabajando en el puesto -en una feria persa de Independencia- de mi viejo, para que él junto a la Maga se fueran de vacaciones tranquilos, no me gustaba verlos quejarse de lo poco que descansaban, así que le ponía el hombro al carretón y la mercadería, se justificaba.
Posteriormente me dedicaría a trabajar, “Nostalgic, vintage & clothes”, tienda de ropa americana, fue mi primer trabajo de verdad, con liquidación y descuentos previsionales, era el primer paso, juntar plata para mi siguiente proyecto, dar la desaparecida P.A.A.
Luego de unos meses de laburo, renuncié, y me matriculé en un preuniversitario de segunda categoría, que estaba en un edificio en toda la esquina de San Diego con la Alameda. A mediados de ese año, trabajé nuevamente, pero como part-time, en Blockbuster, rendí la prueba, y los 701 puntos ponderados alcanzados, seguían dándome motivos de alegría y orgullo.
Mi postulación ponía a Periodismo en la Universidad Católica del Norte en la sexta casilla; mis bajas notas en la media no fueron buena compañía, por lo que en mis primeras cinco opciones quedé en lista de espera, eterna espera. Descartadas ya las opciones en Publicidad, Diseño en Comunicación Visual y otras, luego de pensarlo mucho y conversarlo con mis padres, decidí venirme al desierto.
Welcome to Antofa
Los primeros dos años en la “Perla del Norte”, fueron tranquilos, poco a poco me encariñé con la ciudad, comencé a crear lazos que han perdurado, y empecé a forjar lo que sería mi formación profesional. Mi madre cada vez se acostumbraba menos a la idea de tener tan lejos a su hijo pequeño, a pesar de haber logrado ya que creciera hasta el metro ochenta y cuatro, a base de calcio, vitaminas y harto milo -te hace grande-.
Fue en aquel segundo año de universidad, cuando empecé a desarrollar lo que es mi currículo en las comunicaciones, durante el primer semestre comencé a aportar con algunos artículos al diario digital de la escuela (elpensador.cl), luego di un par de aportes al diario local la “Estrella del Norte”, para cerrar ejerciendo como ayudante de la cátedra de "Español I" para periodistas y de "Español" para la carrera de Pedagogía en Inglés.
En tercero, seguí con algo que ejercía mediado el año anterior, pero con más constancia, escribir en mis croqueras virtuales (Blogs). Además comencé durante el primer semestre a participar con un programa de cine llamado “La Butaca”, en la radio digital de la universidad (radiografia.ucn.cl) y me incorporé a la compañía de teatro “Karamanchel”, con quienes hace poco estrenamos la obra “Fly By”, con muy buena recepción del público local.
Durante el segundo semestre, desistí de mi participación en radiografía, y me incorporé a radio “Atlanta” -había que subirle el pelo al currículo-, en el mismo ámbito, junto a un amigo armamos un programa de cine denominado “Acordes y Celuloide”, el único de este tipo en el dial antofagastino, y el cual ya posee dos auspiciadores.
Un gran año
Y para cerrar lo que ha sido un gran año -y espero culmine aún mejor- además de ya estar presto para hacer mi práctica profesional, durante el verano, en el diario La Nación, fui ganador de la 8ª versión del “Concurso Artístico de la Universidad Católica del Norte”, mención cuento, con un texto ficticio denominado "Gustos Compartidos", y aparte de haber tenido muy buenas críticas, será editado el próximo año junto a otros cuentos por la casa de estudios.
Esa es un poco mi historia, la forma en que llegué a estudiar algo que veía como alternativa y que pasó a ser una pasión, como muchas cosas, como la vida, como mis aspiraciones, como las comunicaciones. El tiempo lo ha dicho, las líneas lo describen; si todas las personas somos un rompecabezas diferente, yo soy uno al que le sobran piezas.
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