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Monday, June 11, 2007

El genio en su propia senda

Sin mayor introducción, acá está en la tónica cinéfila la vigésimo sexta página del diario de Way Roth.

Fue hace lejanos 17 años que el mundo de Terry Vance Gilliam sedujo mi mirada y ayudó en mis primeros acercamientos reales al Séptimo Arte. Ya atrás habían quedado los domingos en el “cine de carabineros” junto a algunos amigos, en compañía de alguna película de corte disneyliano, cuando, gracias a las bondades de la tecnología imperante, mi hermano había adquirido en el videoclub del barrio un VHS para pasar la tarde; un filme que por lo demás estaba lejos de ser lo que cotidianamente me dedicaba a observar.

Ahí me quedé, en el living del departamento esperando que comenzara la función, aún cuando la primera experiencia junto a mi hermano había sido un tanto traumática, pues justo cuando transitábamos por plena era de aquel cine de “terror” hollywoodense, que buscaba la reivindicación moral de su juventud asustándolos con los Jasons y los Freddy Krugers, mi hermano tuvo la brillante idea de sentarme junto a él para ver de una, “Pesadilla” y “Poltergeist”, resultado de esta última, estuve semanas sin querer ver el cierre de las transmisiones de los canales nacionales.

De aquel instante de mis ocho años, poco recuerdo con total claridad; sólo quedó la imagen del oficinista que soñaba con ser un Ícaro con estampe de héroe y pelo a la moda, y que en medio de una sábana de nubes buscaba a su mujer; mi cabeza de niño, que con suerte entendía la palabra pájaro, estaba lejos de comprender el sentido crítico de la imagen de un tipo empaquetado con alas en busca de su quimérico sueño; pero “Brazil” se transformó en mi primer acercamiento al mundo mágico de Gilliam.

EL PARAÍSO INFERNAL DE LA SAMBA

Años después de este encuentro, cuando el cine estaba arraigado en mi vida y ya mis sentidos habían presenciado un par de obras de Gilliam, logré toparme nuevamente con la película. Entonces, mi personalidad algo madura ayudó a tomar de otra manera a su “hijo pródigo”, analizando de forma más concreta las influencias que en ella se presentan, además de su sentido sarcásticamente crítico; hecho que prosiguió en el tiempo, cada vez que mis ojos pestañaban al ritmo del bossa nova que Kate Bush interpretó para el filme: “Brazil, where hearts were entertaining june”.


¿Qué es Brazil? Como escenario nos muestra “algún lugar del siglo XX”, con una sociedad deshumanizada y automatizada, carente de valores y trágicamente interdependiente de sus estructuras; un mundo ironizado, que hace referencia satírica a la obra “1984” de Orwell, llevada al cine por Radford; analogía similar que se le podría otorgar al compararla con Fahrenheit 451 de Truffaut. Conjugada de un contraste marcado por lo onírico y lo real –algo muy típico en el cine de Gilliam –, deambula entre las sombras de la niebla ciudadana y los sueños de aquel burócrata, magníficamente bien interpretado por Jonathan Pryce, que podrían estar más cercanos a lo que es Brazil, la ilusión opuesta de la distopía presagiada por el director.

Esta perfecta función social de la mecanización, argumentada en el uso del poder, la autoridad y el sistema, pero que al mínimo quiebre explota; podría ser comparada de forma escalofriante con algunas propuestas teóricas como la institucionalidad desinteresada por la sociedad que propone Kafka, o bien con el estado de vigilancia o panóptica de Foucault; comparaciones no menores, y que caracterizan algo muy común en el cine de William: la crítica intelectual. La concepción de Brazil, en este sentido, podría ser hija de la expansión y el avance tecnológico, con unidades de poder acrecentadas y eficientes. Una homogeneización que parece más anormal de lo que realmente es el mundo de hoy.

También es preponderante en esta amalgama visionaria, la apuesta por la estética desenvuelta en un barroquismo desenfrenado, aspecto que hace tributo a grandes maestros como Einsenstein y Lang. Además destacan dentro de la obra el picado y contrapicado, la toma cenital y el plano en profundidad, esto último, adquiere una característica notable cuando se muestra al personaje principal, Sam Lawry, siendo interrogado en el Ministerio de información, y luego se muestra la inmensidad de la estructura con una fusión de dolly y zoom.

Toda esta propuesta del mundo gilliano, que se supone por sí solo futurista, es sin duda una mirada al interior de nosotros mismos, un ataque al individualismo, al fanatismo por la estética, al terrorismo, al imperialismo, a nuestros propios miedos proyectados en la verdad de nuestros errores, todo dentro del estilo propio de este gran creador, que me costó bastantes años descubrir, ya que entre mi primer encuentro y el resto de su obra pasó algo de tiempo: exactos siete años para que me volviera a deleitar con otra visión crítica del mundo, aunque esta vez de carácter más animalesca, apocalíptica y esquizofrénica.

SIN DELORIAN, NI TERMINATOR

Por coincidencia, en medio del desinteresado zapping a través de la señal del otrora Metrópolis Intercom, encontré “12 Monos”, un filme que debo admitir, previo a saber quien lo dirigía, me atrajo por la presencia de Bruce Willis y Madeleine Stowe. Mi close up con el Séptimo Arte había sido paulatino, en mi adolescencia me deje llevar poco a poco por talentosos iluminados como Tarantino, Rodríguez, Amenábar, Burton y los hermanos Coen; como también por ilustres maestros como Scorsese, Coppola, De palma, Cronemberg, Scott, Kubrick y Lynch; Gilliam sería el siguiente en la lista.


En este imprevisto encuentro, obtuve gratas sorpresas. Por ejemplo las representaciones del hasta entonces “hombre duro” Willis; y del medianamente conocido Brad Pitt, quien en menos de un año me mostró que realmente actuaba con buenos papeles tanto en esta película, como en “Seven”, “Leyendas de Pasión” y “Entrevista con un Vampiro”. Ambas interpretaciones sin duda estaban bien entramadas gracias a la mano de Gilliam, su estilo inconfundible y el manejo artístico que terminó extrayendo a estos dos personajes y dejándolos en el colectivo espectador.

También inciden otros marcos del relato cinematográfico, como la complejización de la historia, la minuciosa ambientación, primeros planos que desbordan la locura y la banda sonora (desatacando la introducción de Piazzolla) que es simplemente notable; aspectos que entrecruzan la trama de manera única y perturbadora. Sólo el planteamiento inicial ya es alarmante y prepara al espectador para lo que viene: “5 millones de personas morirán a causa de un virus letal en el año 1.997. Los supervivientes abandonarán la superficie terrestre. De nuevo, los animales dominarán el mundo”.

Desde el primer contacto el filme te guía por una trama, aunque confusa, muy bien argumentada, en donde la atención se concentra en el drama y la inquietante mente de un ex convicto, James Cole (Willis), que debe lidiar con la cordura y la moral en medio de sucesivos viajes al pasado que se transforman en un eterno dejá vù, desechando la premisa desgastada del héroe salvador de la humanidad. Nuevamente Gilliam nos plantea la lucha de un hombre con algo tan poderoso como inabarcable; aunque esta vez, con tu toque más serio nos hace entrever que la gran responsabilidad de nuestros males recae en nuestros propios errores, y peor aún a veces no hay vuelta atrás.

Con todo esto “12 Monos” es una de las mejores películas de ciencia ficción de los 90’, de aquellas no hechas sólo para el consumo, sino que para el análisis y el proceso, como todo el cine de Gilliam. Es un thriller difícil de ingerir pero que tras varios vistazos se transforma en una pieza de colección; revisión que se hace necesaria y no rutinaria, pues el guión posee la virtud de entregar en muchas ocasiones nuevos datos al espectador.

Ya con Gilliam como referente de buen cine, nuevamente por el azar, en una noche de insomnio me tope con otro experimento fílmico de su estilo tan particular. Ya su imaginación me parecía lo suficientemente retorcida y ácida, llena de símbolos y mensajes; pero mi última experiencia con su obra me hizo razonar en algo así como: “nunca lo que te otorgan es suficiente”.

ALUCINÓGENO FINAL DE CAMINO

Dentro de toda la narrativa fílmica que se me había presentado, más allá de las concepciones teóricas de este director, paralelo a su forma de relatar que sin duda se impregna a cualquier idea y queda plasmada en su filmografía, existe un elemento que es fundamental en el desarrollo de su cine, hablo del surrealismo. Un estilo lleno de directrices, e influenciado según el propio Gilliam por directores como Kubrick, Buñuel, Fellini y Kurosawa. En este modus operandi confluyen a ratos la ciencia ficción, el inconciente motivado por lo sueños o las drogas; los “futurismos” encriptados en la crítica a nuestra deshumanización; un estilo escandaloso, lleno de personajes pomposos, flash blacks y raccontos.


Y que mejor ejemplo de esto, que su más desquiciada, megalómana, turbulenta y tragicómica película, “Pánico y Locura en Las Vegas”. Una especie de retrospección alucinógena, que enmarcada dentro de sus cánones, fue por muchos supeditada a una fantasía experimental de Gilliam. Aunque no cabe duda que su visión está por encima de los clásicos del cine, en su mundo propio, lejos de cualquier tipo de generalidad que la transforme en algo tan detestado por él: un filme hollywoodense.

Nuevamente vemos como la perturbación juega un papel esencial en el relato, aunque esta vez sea a base de las más variadas sustancias ilícitas, y no una especie de paranoia provocada simplemente por la sociedad; ahora el juego está en la dualidad de los propios personajes: un periodista bizarro interpretado por el más bizarro de los actores, Johnny Depp, y un abogado grotesco, ordinario y drogadicto compulsivo, interpretado por Benicio del Toro; ambos papeles muy bien logrados.

Es destacable el excelente manejo de los ángulos; en este caso el uso de planos subjetivos –también vistos en los sueños del burócrata en Brazil –que narran los estados ilusorios de los protagonistas, le dan un carácter único al relato, haciéndolo más llamativo y penetrador, la imaginación vuela y uno se pregunta: ¿realmente esto es el efecto de los psicotrópicos o simplemente Gilliam me mandó una nueva película de ciencia ficción?

Un mundo dionisíaco abre sus puertas para dejarnos ver el desenfreno escondido en la realidad de nuestras mentes; otra vez ante la crítica irónica, el rumbo de los personajes es un sueño americano a su medida, y sin duda que lo logran. El expresionismo y el juego de colores en la ciudad de las luces, o la más artificial del mundo –cómo quieran –emerge de su contraparte, las sombras.

Tras este esquizoide fílmico terminó mi aventura gilliana, y si bien de su autoría son más las obras que podría destacar –no todas por supuesto –, me limité a estas tres porque además de tener todo el enjambre de características típicas de su originalidad y ser lo mejor de su creación, en su conjunto forman un tridente en donde cada una tiene una particularidad que sobresale al resto: “Brazil” el onirismo, “12 Monos” la fantasía, y “Pánico y Locura en las Vegas” el surrealismo; y aunque son tres filmes fascinantes, arraigan con el mal de toda la filmografía de Gilliam, cada unidad, cada escena está tan bien lograda que le quita peso al todo de la historia, dejándola subyugada al detallismo.

Sin que esto último deteriore este tridente, Terry Gilliam me ha demostrado algo único: es posible sostener en el tiempo una carrera al margen de la industria, resguardando así la senda artística por sobre algunas medidas comerciales; hecho que sin duda en algún momento lo podría despojar de sus particularidades, y que sin ir más lejos ya le ha traído más de un dolor de cabeza; sólo espero y agradezco de antemano, que la máquina no destruya al hombre, ni que los miedos y críticas tan relevantes en su estilo narrativo se vuelquen contra él y que en una ley del: por donde pecas pagas, su identidad no se pierda en la mancha.


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Filmografía

  • Monty Python and the Holy Grail (Los caballeros de la mesa cuadrada), codirigida con Terry Jones (1975)Jabberwocky (La bestia del reino) (1977)

  • Time Bandits (Bandidos del tiempo) (1981)

  • The Crimson Permanent Assurance, cortometraje incluido en *The Meaning of Life (El sentido de la vida) (1983)

  • Brazil (Brasil) (1985)

  • The Adventures of Baron Munchausen (Las aventuras del Barón Munchausen) (1989)

  • The Fisher King (El rey pescador) (1991) (Pescador de ilusiones)

  • Twelve Monkeys (Doce monos) (1995)

  • Fear and Loathing in Las Vegas (Pánico y locura en Las Vegas) (1998)

  • The Brothers Grimm (Los Hermanos Grimm) (2005)

  • Tideland (2005)

Mención especial:




  • Lost in The Mancha (Perdidos en la Mancha) (2002) Dirigido por Keith Fulton y Louis Pepe. Documental que narra las catástrofes durante la producción de la película The Man Who Killed Don Quixote, filme de Gilliam que nunca se terminó.

Tuesday, June 05, 2007

Una nueva mirada al cine español

Como ha sido la tónica de las dos últimas, esta página nuevamente le da una mirada al Séptimo Arte. Si bien anteriormente comentaba sobre un clásico del cine en la Europa del Este; ésta vez las miradas están dirigidas al otro extremo de éste continente... Una película española con aires del neorrealismo italiano que enmarcara un etapa de la disciplina luego del derrumbe causado a la península tana la Segunda Guerra Mundial, en los diversos frentes, que posupuesto englobo al cine.

Sin más preámbulos, acá el diario de Way Roth adjuta un pequeño comentario de lo que me parece una excelente película. "La Lengua de las Mariposas" en mi vigésimo quinto escrito.

Inmaculado es el momento en que la pantalla de la cinemateca se nos estampa en la retina y nos da el aspecto más familiar que existe, la esencia de la vida misma, la calle, la ciudad, nuestro propio pueblo; el punto entre nuestro pequeño mundo habitual y el espacio fílmico, el extracto en que el vendedor de la calle pasa a ser nuestro vecino, en que el humanismo intrínseco –quiérase o no- en el hombre, devasta la imaginación y se transforma en nuestra ventana cotidiana.

Ese instante casi perfecto, que nos obsequia situaciones familiares, y no la parte fantástica de nuestra mente y su absorto mundo onírico, fue la característica substancial del neorrealismo italiano, que ante la devastación cultural, política y económica dejada por la segunda guerra mundial, convirtió a los italianos corrientes en protagonistas, a sus calles en escenario y a Italia en el centro del universo del séptimo arte.

Este movimiento artístico que es por antonomasia el creador del protagonismo de la calle, con autores como Vittorio de Sica (director) y Cesare Zavattini (guionista) en “Ladrón de Bicicleta”, y Roberto Rossellini en “Roma, ciudad abierta”, nos regala un poco de nosotros mismos; concepto que a ratos nos resulta tan difícil de encontrar sin que aparezcan los “terminators” y los “rambos”.

Es por lo mismo que se agradece la insistencia de autores como José Luís Cuerda, quien a través de “La Lengua de las Mariposas” es capaz de traernos nuevamente una historia en donde el humanismo y los contextos habituales, más cercanos a la amarga realidad, son el eje principal de la historia, poniendo de manifiesto al escenario -en este caso en su tejido político, económico, como también su idiosincrasia- como otro protagonista, pues es fundamental en todo momento de la historia.

En resumen, Cuerda, basado en la novela de Manuel Rivas “¿Qué, me quieres amor?”, relata una historia que anticipa miseria sin hacerla estallar, manipula los arquetipos típicos de una España labriega, trastocada por el concepto de poder que genera siempre, de algún modo, una privación de libertad, pues el escenario en sí mismo corresponde al período de preguerra civil; todo a través de un maestro (Don Gregorio) intepretado por Fernando Fernán Gómez, y un niño (Moncho) interpretado por Manuel Lozano, y su particular relación.
La vida en la escuela, el niño que quiere aprender y las directrices políticas, quizás nos recordó a muchos nuestra cercana historia, nuestro pasado como infantes y esas ganas tan grandes de querer saberlo todo; más aún con la similitud de los escenarios, nuestra inocencia enmarcada en una dictadura, y la de Moncho en los conflictos previos a la época de Franco.

Aquella visión celestial del niño y su implicancia con la mirada madura y desengañada, nos hace recordar a un Giuseppe Tornatore y su “Cinema Paradiso”, aunque bien en este caso el “Cine” es bien remplazado por el “Saber”. En ese sentido, el filme de Cuerda es una especie de acto de iniciación, responde a la fábula del pupilo y su maestro; la mirada inocente que busca soluciones a los problemas de los adultos y que recae con facilidad en la ternura y la desesperanza.

El filme a su vez se entremete en el infausto camino de la maquinación, de la injuria y la traición, del dramatismo de esconder los sentimientos, de la dignidad disipada y la impotencia ensimismada; el rumbo de la historia pesa sobre el conservadurismo del ambiente y las constricciones de un mundo político y religioso fracturado.

Es este espacio real, de humanismo puro, de pérdida de inocencia y alboroto de hormonas, que hace de “La Lengua de las Mariposas”, una especie de neorrealismo español, desintegrado de los típicos filmes ibéricos donde el sexo y la transexualidad son conceptos trásfugos y recurrentes, transformándose en una delicia, algo que a ratos se pierde tanto en el cine.

Ojala pudiéramos de cada filme atrapar lo que este nos entrega, el candor del niño que ve con ojos bien abiertos los problemas que nos aquejan: Moncho es un poco de lo que todos llevamos dentro, y Don Gregorio aquello que siempre queremos ser: un viejo consecuente y que lucha por sus ideales; la síntesis de un espejo, la yuxtaposición de nuestros propios ejemplos, nuestro yo y su alter ego.

Friday, May 18, 2007

El legado de Odessa

Nuevamente en el cumplimiento de mis deberes, se genera la vigésimo cuarta página de mi diario. Hoy Way Roth se viste de moscovita, toma un vaso de vodka y le dedica unas líneas a la película que dio inicio al denominado "Montaje de atracciones". Destacada por poseer la -considerada por algunos- mejor escena en la historia del séptimo arte. Directamente de Rusia y con amor.

Para realizar desde un análisis hasta un breve comentario de la obra cumbre del director soviético Sergei Eisenstein, “El Acorazado Potemkin”, es necesario situarse en el contexto del cineasta: la Rusia hija de la revolución y enemiga de los zares; la vedette de la Europa del este de comienzos del siglo XX, ortodoxa y leninista. Por consecuencia debemos entender la importancia de la revolución bolchevique como parte fundamental de su teoría; algo así como que se quisiera estudiar la filmografía de Oliver Stone, el fukuyama del Séptimo Arte, entendiendo su fervor por el imperialismo estadounidense. Burdo, pero ejemplo al fin.

Es así que el film realizado por Eisenstein en 1925, como toda su filmografía, se basó en lo que él llamó el “Montaje de Atracciones”, articulado con el espectador como factor trascendental, guiando su percepción hacia un objetivo establecido de cargado carácter ideológico. Algo que sin duda logra gracias al dramatismo de la historia que se caracteriza por un referente espacio-temporal, logrado con el uso constante y análogo de primeros y medios planos, y poco movimiento de cámara.

Cabe mencionar que si bien en general el montaje se estila con encuadres fijos, el travelling utilizado en el prodigio de escena “La escalera de Odessa”, es sin duda un adelanto a su tiempo, considerada la mejor secuencia de la historia del cine, y siendo imitada y parodiada en obras como “Los Intocables” de Brian de Palma, “Brazil” de Terry William, y la última entrega de “La Guerra de las Galaxias” de George Lucas.

Además dentro del film podemos captar una serie de aspectos que se hacen típicos de sus textos cinematográficos: el rechazo a la narración, prevaleciendo el montaje; la imposición de la multiplicidad de personajes, evitando el individualismo y el protagonismo unipolar –destacándose la mortalidad del héroe, pues ese podría ser su destino-, y la configuración geométrica en sus tomas, que en su conjunto además de extraerlo de una atmósfera narrativa, también lo hace de una abstracta, dándose un espacio de carácter ceremonial, expectante.

La justificación de su montaje, es lograr un objetivo: exponer razones suficientes que sustenten la revolución; legado que más allá de influir en la sociedad y cultura de su país, dejó sentada las bases de un cine político para el mundo, cuyas características flamean una bandera: la lucha contra un sistema que, a ojos del autor, nos quiere someter; o la justificación de las acciones de un pueblo, nación, o gobierno para lograr el sueño “de cada uno de los habitantes de un territorio”.

Thursday, May 03, 2007

De ontologías, reflejos y futurismos

Con la licenciatura en Ciencias de la Comunicación bajo el brazo, en el último año universitario (a menos que estudie otra cosa), con menos ramos, pero más trabajos; a secas... Producto de las exigencias académicas, llega el circumbirúmbico ditirámbico paradójico mundo del Séptimo Arte, en unas pocas líneas, la vigésimo tercera página del diario de Way Roth.

El fondo negro y las letras blancas dan cuenta de los detalles, nuestra mente deambula en un universo paralelo en donde las preguntas no se limitan. Acabamos de presenciar un hecho, una realidad virtual, la diégesis del cine, el reflejo de lo que somos, seremos o bien alguna vez fuimos, una realidad narrativa presente, pero que puede llegar a conectar 4 millones de años de historia (2001: Odisea del Espacio, Stanley Kubrick, 1968). Y a veces seguimos siendo los mismos.

Es en ese instante, cuando los nombres de una producción traspasan las fronteras de la retina y como un todo logran un objetivo: conmocionar al espectador, que nuestra mente en un círculo vicioso obtiene las respuestas adquiriendo más preguntas. Lo expuesto es parte de una realidad posible, nuestro inconsciente queda retumbante: ¿Llegaremos a eso?, ¿Somos verdaderamente así?, ¿Será real esa historia?

Dentro de este universo creado por los artistas de la imagen en movimiento, se agitan diversos hechos, que no son sino el resultado de sus propias experiencias, de la transfiguración del entorno o de las prácticas del “ego”; la tierra desbastada por un meteorito (Impacto Profundo, Mimi Leder, 1998) o el interior de mi conciente hurgado por los demás (¿Quieres ser John Malkovich?, Spike Jonze, 1999).

Las influencias son muchas. El escritor le da a la novela el carácter que quiere según sus expectativas, el guionista aporta lo suyo a través de sus vivencias, el director imprime sus conocimientos en el relato y la historia, aún más, existe la implicancia que puedan tener las características de cada ente circulante en el film; aunque siempre precede a las demás la del estilo del director.

Así, diferentes motivaciones mueven al cineasta a crear los universos artísticos de sus narraciones. Steven Spielberg tomó las historias que relataban sus abuelos sobre el holocausto y las utilizó para el relato de “La lista de Schindler” (1993); Mel Gibson fundado en su apego a su catolicismo místico, evidenció la cruda historia de Jesús en “La Pasión de Cristo” (2004); y Serguéi Eisenstein dotó al “Acorazado Potemkin” de toda su convicción a favor de la revolución bolchevique en Rusia; por ejemplo.

Evidenciamos la realidad, y nos deslumbramos con la ficción. Historias reales, hechos ficticios en sucesos pasados, futurismos y ontologías. El lenguaje cinematográfico relata nuestra propia verdad y nos muestra lo que puede acontecer.
¿Es entonces el cine un juego de espejos?, ¿es el reflejo del individuo y nuestra sociedad?, o se da la casualidad que las semejanzas con la realidad son sólo coincidencia, y no representan el pensamiento de quien dirige la historia, como diría un canal de televisión. Más allá del relato de una historia verídica o ficticia, el séptimo arte funciona como una herramienta interactiva con la realidad, se dota de ella y a la vez le muestra al público hechos posibles.

Ejemplos hay muchos. En nuestra memoria están los relatos sobre la Guerra de Vietnam, a través de obras maestras como las de Coppola y Kubrick, con “Apocalipsis Now” (1979) y “Nacido Para Matar” (1987), respectivamente; y así mismo nuestros sentidos quedaron temblorosos ante un Ridley Scott, que fue capaz de evidenciar la influencia oriental en la cultura occidental a través de “Blade Runner” (1982), veinte años antes que nuestros televisores se llenaran de sus producciones, patentizadas en una nueva moda: Los Otaku; y Fritz Lang quien vaticinó la evidente brecha entre las clases sociales debido a la tecnología económica a través de “Metrópolis” (1927).

Hoy volvemos a la sala de cine, nos adentramos en una nueva historia, nos identificamos, odiamos, reímos, lloramos: el reflejo de nuestra alma en ese juego de espejos; el cine se nutre de la realidad, del presente, del pasado; y nos expone lo que podría ser el futuro; nos da calma y locura; suspenso y armonía. Nos amoldamos a la butaca y nos preparamos para otra dosis de nuestra vida; “Buenos días… Y por si no volvemos a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches”, Jim Carrey en “The Truman Show”. ¡Que comience la función!

Saturday, October 28, 2006

No name

Que mi croquera virtual haya estado abandonada no significa nada. Creo que no se necesita mucho para hacer o dejar de hacer algo –que puede a ratos resultar tan trivial– como comentar anécdotas o pensamientos en Internet. Acá estaba mi diario, donde mismo, aunque vacío de novedades. Ideas habían, pero pronto se desvanecían en las pocas horas libres que la vida juvenil universitaria deja; pasaron los días y el pensamiento fluyó, sin asentarse, en algún recoveco cerebral se extravió.

Y así han pasado exactos ciento setenta días de "inexistencia bloguística". Pero nunca es tarde para lanzar algún escrito, menos para una simple pelá de cables. Con algún personaje habitual de inspiración, quizás... quien sabe... ahora a mi lado, con cara de perdido y obsesionado, llega el vigésimo segundo relato del diario de Way Roth. Que la fibra óptica nos ampare.


No sé quién soy, ni dónde vivo, menos dónde estoy. No sé que día es hoy, ni que me depara mañana, menos si se celebra alguna festividad o bien se organizó alguna manifestación. No sé si el dólar subió o bajó; no sé a cuánto está el cobre, ni de dónde se extrae; no cacho si nos gobierna un socialista o un opus dei; supongo que no tengo hambre y por lo menos sé que al baño no quiero ir.

No estoy seguro del porque sigo en esta silla, ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde que me senté, recuerdo que apagué la tele y me serví un vaso de leche, prendí el computador y abrí unas páginas en la ¿Web?


Comprendo que en algún momento tuve un nombre real, no esta especie de seudónimo que a ratos no hace más que ridiculizarme; presiento que alguien más vive aquí; a ratos escucho que golpean la puerta y andan por unas escaleras; sé que mi cuerpo tenía más carne y que la vida fuera de estas cuatro paredes existió.

Sé que algún aparato suena rechinante por ahí, lo escucho en algún descuido de mi mente concentrada en la pantalla Samsung de 800 x 600 píxeles que en alguna navidad obtuve, y me parece que el monito verde con una cruz blanca sobre un círculo rojo, que aparece en la parte derecha baja de la pantalla, en algún momento me cautivo y de algo me sirvió, pero no sé cuándo fue.

Cada ciertas horas en este lugar, que de alguna forma extraña habito, la luz de las ventanas deja de aparecer y debo encender una lámpara apernada al escritorio. Es justo en esas horas cuando más solo me siento, poca gente pone cosas nuevas que mirar en la red, y aunque debo decir que es más fluído el tráfico de información, mi ansiedad y obsesión hacen que el "Compaq" se reinicie, momento exacto en que el reflejo de la pantalla en negro muestra mi cara pávida con ojeras lánguidas y pelos múltiples.

No tengo un verdadero nombre, no sé quién soy, ni sé muy bien dónde estoy; círculo por un mundo sobrenteendido que a ratos me parece más real que el que en alguna vez viví, de cierto modo más democrático, más antihistanímico.

Acá tengo conversaciones superficiales, dejo posts, sigo la vida de los demás en sus páginas personales, voto en encuestas que no son evaluadas, me llegan informativos en idiomas que no entiendo, poseo una novia panameña, visitó a diario los lugares más recónditos de la tierra, seré ciudadano norteaméricano en un mes, ayudo a niños desaparecidos y enfermos a diario, aprenderé inglés en diez días, acabo de concretar una cita con una ucraniana y ganar un millón de dólares en la lotería gringa; cambié mis cuerdas vocales por cables de Adsl, y mi cabeza por un Intel Pentium 4... Soy un hijo de Bill Gates.




Thursday, May 11, 2006

Despertando a la vida

En el abandono de las circunstancias, mi blog estaba a la intemperie. Pero llegó nuevamente el momento en que mi cerebro expulsó las ideas; mis dedos a través del teclado y la pantalla que imprimió virtualmente mis palabras y mis pensamientos. Hoy es once de mayo, hoy estoy de cumpleaños. Y -aunque suene para grandes pensadores- el día de cumpleaños, ¡Es el día de cumpleaños!

Sin torta pero con pasteles; sin fiesta pero con varios carretes, acá les va la vigésimo primera reflexión del diario de Way Roth: Cumpleaños feliz, me deseo a mi.

Hoy anexé a mi fichero vivencial un año más -que más da-; casi un cuarto de siglo; dos docenas de primaveras; o cerca de dos decenas y media de abriles; como sea, hoy cumplí veinticuatro años. ¿Y qué?

En contraposición al año pasado, este día ha estado -porque aún no acaba- lleno de saludos. Conozco "casi" a las mismas personas, pero esta vez fueron más los correos, los llamados, los mensajes y más los abrazos. Y yo en mis escritos anteriores despidiendo al mejor año de hasta entonces mi vida, el 2005; y definitivamente este, el del perro, lo ha superado considerablemente.

Tengo un año más y no me siento ni más viejo ni más joven. La mayoría de mis amigos tienen entre dos o tres años menos y creen que estoy "longevo"; no notando que cuando tenga sesenta y siete ellos tendrán a lo menos sesenta y cuatro; ¡que gran diferencia! Se asomó la mitad de esta década en mi carnet y no me raspa la espalda el miedo a que venga la otra.

No tiene ninguna diferencia a tener veinte, aunque debo admitir que me siento más maduro. Siento que en el último año he crecido y aprendido lo que en un lustro anterior. Ya voy en la recta final de mi educación; estoy entrando a la etapa de la independencia total; me siento más grande, más experimentado, más integral.

Puedo manifestar que definitivamente este ha sido uno de mis mejores cumpleaños. Estoy donde quiero estar. Estoy mejor que nunca. Estoy concentrado, atento a los cambios y dejándome llevar por las emociones; sigo revelando del mundo un montón de cosas nuevas; cada día me descubro y me descubren nuevamente.

Me vuelvo a preguntar como es que estoy en el momento justo y por qué el hombre común se asemeja más al chimpancé, que a un Nietzsche o a un Platón. Tomo vuelo y espero las próximas dos docenas de primaveras; en las de hoy lejos los mejores obsequios fueron ser el futuro padrino del nexo Leiva-Daneris; y los besos de Amelié.

Me abstraigo y despierto al mundo. El camino púrpura y la escalera al cielo los fabrico con mis manos; el destino me lo pavimento yo mismo.

Wednesday, April 19, 2006

La ruta de la chela

Quizás 20 es un número importante. Por ende quisé dedicar este espacio al reportaje que más me gustó de los que hice en el pasquín "La Nación Domingo". Ya verán porqué. Con título, bajada, epígrafe, cuñas y demases; también están los créditos correspondientes; para quienes lo quieran volver a leer y para quienes no lo leyeron. Way Roth recorriendo el carrete universitario


Cerveceología, el ramo que la lleva en marzo
La ruta de la chela


Unos 30 mil estudiantes volvieron al barrio República. Cinco mil son clientes frecuentes de los bares cerveceros. Muchos restaurantes se reconvirtieron a la religión de la birra y se forran en plata. El futuro de Chile se debate entre la sala y la cantina. Marchando otra de litro.

Por Carlos Aguilar Piñero

Fotos: Mario Ruiz


Volvieron los estudiantes, reaparecieron los mechoneos y la cerveceología sigue siendo la asignatura que da inicio al curso. Las cajas registradoras de los bares ubicados cerca de las casas de estudio suenan con el doble de frecuencia que en la temporada veraniega. Porque de los 30 mil estudiantes que según los dueños de locales circulan por el barrio República, unos cinco mil acuden frecuentemente a sus garitos en busca de la mítica chela o cerveza.

Tal como anuncian los carteles ubicados en la entrada de algunos bares, este mes dedican sus jornadas a dar la bienvenida a los mechones. Claro, como dice Francisco, estudiante de Física de la Chile: “Así empiezan muchos y luego terminan yendo más a tomar que a clases”. Otros, con esfuerzo, logran sacar la carrera y llevarse mil anécdotas de su vida estudiantil. Cerveza, baile y sexo es la ruta del carrete universitario.


Son las cinco de la tarde del martes 14 de marzo y el ambiente en el Rapa Nui, ubicado en avenida España 91, está algo calmado. Son conocidas por el círculo universitario las parrandas que ahí se arman. “Ahora estoy cursando mi tercera carrera, las otras dos no las terminé. Pero ésta sí lo haré, ya aprendí a equilibrar el carrete y el estudio”, comenta uno de los clientes mientras es revisado por los guardias en la entrada del local.


AMOR A PRIMERA CHELA

Adentro, el ambiente está formado por pequeños grupos al son de chelas y reggaeton. Son unas 100 personas. Alex Araya, encargado de seguridad interna, asegura: “Como a las siete esto se arma por completo”. Al completo quiere decir unas 600 personas. En medio del sandungueo, entre bailes y cerveza, hace casi tres años, Esteban y Sofía se conocieron acá. Él, egresado de Gastronomía del Instituto Diego Portales; ella, de Psicopedagogía de la Andrés Bello. Hoy regresaron para recordar los buenos momentos que pasaron al inicio de su pololeo. “En el 2003, cuando nos conocimos, se vivía el mismo ambiente”, dice Esteban.

El Rapa, como es denominado por sus fieles, es ya un clásico en el carrete estudiantil. En el 2001, este ex restaurant tomó el rumbo de la diversión juvenil y acertó. Y aunque muchos externos dicen que en el recinto el consumo de marihuana es frecuente, los dueños aseguran no tener piedad con los que son sorprendidos en actos ilegales: “De los pocos que hemos descubierto consumiendo drogas o peleando, todos fueron castigados, o sea no permitimos su ingreso por unos meses. Los clientes saben de estas normas y las acatan”, dice Araya.


LOS MECHONES


Según el último informe del Conace (Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes), el 74% de los estudiantes universitarios consume alcohol. Y aunque no es posible determinar cuántos de éstos lo hacen en bares, ni menos el año que cursan, los asiduos asistentes a pubs aseguran que son los mechones los que más acuden.

Confirmando esta tesis, un grupo de alumnos de primer año de Kinesiología de la Universidad Mayor festeja el ingreso a clases bebiendo chelas en el Rapa. Daniel, Carla, Diego y Jaime, sentados en el extremo de una hilera de mesas, dicen estar encantados con el lugar. Lo único que alegan es por los 1.400 pesos que cuesta una Becker de litro. Jaime es concluyente: “Si valiera luca me quedarían monedas pa’ fotocopias”.

Un poco más al oriente del barrio universitario, en las calles aledañas a República, es donde hay mayor concentración de bares estudiantiles. En Salvador Sanfuentes con Manuel Montt Torres hay dos. El Cerveza, un local estrecho y de dos pisos que tiene como promoción la Escudo a una luquita. Dentro, un par de clientes comentan que “a veces, cuando salta la liebre, nos llevamos unas minitas al motel del lado”.


Frente a este bar está el Makalú. Un poco más elegante, cuenta con una clientela que, según Pedro Quezada, administrador del local, “son de clase media alta o alta”, pues todos llegan en su propio auto. Con un estilo moderno, el bar es uno de los más exitosos, con una asistencia de 500 a 600 personas diarias, cuyo consumo equivale a un promedio de 2,5 chelas por cabeza. Según Quezada, “él que se instala acá con un negocio para estudiantes gana plata”.

Sumados a estos dos bares existen varias alternativas para que el universitario consuma la casi religiosa chela. En la misma Sanfuentes, el Club 40; a la vuelta de esta calle, en Echaurren, El Baricomio; en Abdón Cifuentes con Sazié, El Cubil; por esta misma calle, pero doblando en Vergara, están La Terraza y Las Leñas. Siempre en el ambiente característico, sólo “copete”, nada de drogas, aunque en los pasajes del sector siempre ande el flaco pidiendo “un papel”. El menú se limita a dosis de papas fritas y completos.

Más allá, en Sazié con Dieciocho está La K-baña, y en toda la esquina de esta última calle con la Alameda se impone con un ambiente particular la Discoteque 18. En éste se puede apreciar gente de niveles socioeconómicos medios, no tan perfilados al ABC1 como los clientes de los bares más cercanos al sector universitario.

Otra de las zonas que es frecuentada por los jóvenes estudiantes de la educación superior es el barrio Brasil, que cuenta con diversos lugares de esparcimiento y locura para esta fauna que recorre todo por saciar la sed en torno a una chelita.

Luego de las primeras cuadras al norte de la Alameda, dedicadas al comercio de accesorios y repuestos para automóviles, están los bares. Entre Moneda y Agustinas está el Cúbico, al lado el Snack Blondie. Ambos elegantes, con terrazas y en la onda Brit y New Wave, van dirigidos a un estudiante más alternativo. Al lado, enfocado en preparar al alumno para “todo” lo que significa estar en la universidad, está el Preuniversitario Pedro de Valdivia.

Más allá, entre Agustinas y Huérfanos, El Chucrut, un bar tradicional pero frecuentado también por estudiantes. Siguiendo en el estilo de los dos primeros están el My House y el Baires. Casi en la esquina, La Cafetera Rock, con ambiente más de cantina, con menor espacio, con música pesada de fondo pero con los mismos precios, rompe un poco el esquema. Más al norte, los más frecuentados son El Bajón, El Callejón y el 2007.

Camilo, estudiante de la UTEM y cliente del sector, comenta que en una ocasión, “junto a dos compañeras vinimos a tomarnos unas chelitas al Snack. Entre juego y juego, tomar y tomar le dije a las minas que nos fuéramos pa’ otro lado. Y así fue, caminamos hasta Cumming, bajamos hasta la estación de metro, y un poco más allá por cinco lucas pasamos cuatro horas en el motel Galaxia. Desde ahí que después de la U no dejo de venir pa’ acá”.

Otros “galanes” del carrete universitario cuentan sus peripecias en el Kalipso. Sin dar nombres ni dato alguno, aseguran que por siete luquitas, más de una vez se han llevado a una amiguita media “volá” a pasar unas horas de “amor” a ese motel, en Philippi 40, cerca del metro ULA.

Otros, más tajantes, aseguran que es típico que las parejas y algunos recién conocidos se vayan después de haberse mandado sus buenas chelas a terminar la tarde en un “recinto del amor”. Con más presupuesto que el de un estudiante promedio, un alumno de la Andrés Bello dice: “Yo fui varias veces con una mina que conocí acá al motel Sol y Luna, que queda en Echaurren. Claro, que cobraban 10 lucas”.


LA MEJOR PROMO


De avenida Brasil, por la Alameda hacia el oriente, se ubica el Estorbar y un poco más allá el Entrelatas, uno de los más clásicos bares universitarios. Con una decoración particular, es el más vanguardista de todos ellos. Tapizado de retratos de Jim Morrison, Bob Marley y Jesucristo, entre otros, también tiene paredes decoradas con latas, un par de androides y la promoción más espectacular de todas: 12 Escudo y 30 empanadas por 12.990 pesos, una ganga.

Cristián Lartiga, jefe de turno del pub, comenta que “el fuerte del público se da a partir de la una de la tarde”. A diferencia de los locales más cercanos a los centros de educación superior, el Entrelatas abre hasta las dos de la mañana de lunes a miércoles, y hasta las cuatro, jueves y viernes; con un promedio de asistencia de 1.500 estudiantes a la semana, que consumen unas tres chelas cada uno.


“Siempre que un universitario viene al bar y se pasa de chelas, pedimos que se retire. Nunca se violentan, pero te dicen: ‘Oye, qué te pasa. Yo soy hijo de...’. O bien te amenazan que te van a cagar con la pega”. Pero no son precisamente ellos quienes dan más problemas dentro del local, sino que los treintones que trabajan y pasan a tomarse unas chelas. Ahí jotean a las estudiantes que quedan. Se ponen espesos”, dice Lartiga.

Durante el verano, el sector se vio enfrascado en la tragedia. Jonathan Espinoza (17 años) fue atacado y golpeado hasta quedar inconsciente una noche cuando el bar ya estaba cerrado, pero Lartiga comenta que “los que abrieron al otro día se toparon con la sangre coagulada en la entrada”. A pesar de toda la cobertura que tuvo este hecho, la parranda diurna universitaria no se vio afectada.

Así es como se mueve el peregrino universitario al paso de la chela. Buscan el mejor ambiente, el mejor precio, la “picá”, tomarse sus buenos litros y, por qué no, en más de alguna ocasión cerrar la jornada con una buena tarde de amor al menor costo. Es el universitario chileno, es el futuro de Chile.

Friday, March 31, 2006

El Practicante ««Segunda Parte»»

Con menos encanto y más abrumo, la segunda parte de mi primera experiencia periodística profesional se agotó. Se acabaron los tres meses; los almuerzos contundentes, odiados por todo el personal de La Nación, pero que al lado de los que dan en el casino de la UCN son notables; las responsabilidades laborales; las tardes escuchando al Rumpy; y tantas otras cosas. Esta es la décimo novena página y Way Roth vuelve a ser parte de la masa estudiantil.

Hoy: último día nadie se enoja. Y ante tal oportunidad, con mis compañeros debutantes ayer nos mandamos un carrete en la bodega del diario, cuyo nombre quedó subscrito como: "Entre cebras, colchones, cerveza, pisco y ron", con asistencia de la mayoría de los practicantes, además de personajes clásicos de nuestro querido pasquín.

Quedan los lazos, los contactos y la experiencia. Me llevo un centenar de momentos kodak y muchas anécdotas que relatar a mis queridos amigos en el norte. Con una gota de nostalgia (algo que se está dando mucho últimamente en mi blog), me despido de La Nación.

El primer mes fue un poco más de conocer. Todos llegaban de sus vacaciones, relajados, con sus tostados llamativos, sin ojeras y dando un monitoreo narrativo de cada lugar que visitaron sin querer acordarse del trabajo. Pasados los días de vuelta a la realidad, los ojos se caían y el ánimo se desgastaba. El stress se apoderaba de su accionar.

En estos dos meses publiqué tres artículos. El pendiente “Y el barrio salió del closet” no salió hasta el 26 de febrero. La semana antes, junto a mi partner Cristián nos mandamos “Los Pelacables” que sirvió de pauta posterior para TVN quienes hicieron el mismo reportaje acudiendo a fuentes muy similares. Por primera vez sentí que habíamos dado la pauta a otro medio.

Pero mi mejor nota no llegó hasta el 19 de marzo. “La Ruta de la chela” fue uno de los pocos temas propios que pude desarrollar; se ganó un llamado de portada, dos páginas a color y ningún aviso que apestara la imagen de un buen trabajo. Si bien una semana antes La Segunda había sacado un artículo similar, el mío dio el pie para que al siguiente weekend otros medios reportearan a modo de preocupación la actitud alcohólica de los jóvenes. Obviamente yo no podía ser tan cínico. Lo mío fue un gozado recorrido por los bares que tanto visité en mi año de Preu. Admito que lo sigo haciendo.

Estos dos meses el aire estaba un poco más tenso. Paz nos dijo: “Llegaron en el peor momento". Los cambios que trae un nuevo gobierno se notaban a destajo. Pero todo sirvió para la experiencia. Fue notable haber estado en una etapa de movimientos, de sobrevivencia. La experiencia en un medio periodístico no es sólo el saber reportear o estar al día en la actualidad, sino también el cara a cara, los datos útiles que obtienes de las conversaciones y de las acciones a tu alrededor dentro del medio.

Esta semana se me cayó el tema que tenía. Justo en la última guatié. Ahora lo único que falta es mi evaluación. Apostado hace días está el sobre en el escritorio de Juan Sharpe, quien día a día nos dice: “Recuerden que todavía no los evalúo”. Esperemos sea generoso y también honesto. Creo que me porté bien. Aunque Sharpe no ha parado de decirme “tienes un uno”; sobretodo cuando leyó la hoja impresa con la última frase notable que se mandó. Me dijo: “Quiero comer de la tuya...”. Sin comentarios.

En una hora me voy. Se acabó. Mañana no tengo turno. Mi contrato dice que esto termina el 31 de marzo y yo cumplo lo que firmo. Echaré de menos a esta gente, pero espero nunca perder el contacto. Por fin me daré un descanso. Adiós señores La Nación. Adiós compañeros practicantes. Adiós Jaramillo, Paz, Sharpe, Kirk, De Castro, Alonso, Saleh, Leiva, Sepúlveda, Rojas, Rebolledo, Rosel. Adiós redacción en general. Adiós fotógrafos, diagramadores y correctores. Notable carrete de despedida. El día del cambio; dejo el traje de periodista y me pongo el de universitario. A seis días de partir, “la perla del norte” me espera.

Monday, March 27, 2006

Peligro



Tengo ganas de pelar el cable; lo admito. Quiero relajo, quiero abertura de mente, quiero no trabajar, quiero vacaciones; y recuerdo que acabado esto se viene la universidad, la tesis, Antofagasta y todo lo que depara el cuarto año de la carrera. ¡Nooo...!

Con todo esto y sin ello. Pensando en lo que viene, en lo que quiero, en lo que dejo; miré la oficina y me largué a escribir. Algo fuera de contexto en forma de autoterapia anti-stress. Quise ser malo alguna vez en la vida y casi lo logro. En busca de aquella imagen demoníaca va mi décimo octava página. Way Roth in the hell.

"Mi nombre es peligro", era mi himno. Usaba cuchillo, usaba motosierra, usaba todo. Quiero volver a ser venenoso. Un hueon pesado que no pesca a la gente. Quiero ironía... Quiero maldad. Busco en Internet pasajes al infierno con ticket para juegos macabros y cine lujurioso. Estadía de una semana entre el calor y las llamas; un hotel cinco estrellas, con piscina de lava y martini en las rocas.

Hurgo en mis recuerdos, hasta en mis vidas anteriores. Nada del extracto deshumano queda en la memoria. Quiero jugar ajedrez con Bin Laden; hablar por teléfono con Bush; chatear con los cabecillas de la ETA; invocar a Hitler, Zar Nicolás II o Mussolini; andar en auto con Darth Vader y tomarme un café con Pinochet.

Perdí mi lado arrebatado y demoledor en alguna parte de Santiago. Arruiné mi estampa de cabrón; el ángel de momento le ganó al diablo. Necesito una gota de aquella desolada estirpe no casta. Instrospecciono en busca del libido evaporado por las buenas intenciones. Mi mano en busca de la anciana que cruza la calle; acariciando el pelo de un niño; entregando cien pesos al cojo de la micro; no quiero ni mi palma, ni mis cinco dedos.

Rastreo las marcas de locura y encuentro tranquilidad. Quiero un exterminio de ideas benevolentes; una sombra de duda en el acto humanitario; un descenso al centro terrenal; a lo siete infiernos de Buda; a la intemperie de lo suburbios. Tener esclavos, dominar al mundo... Hacer sufrir. No quiero que mi cara tenga bondad; persigo un corazón de hierro, busco aceite por mis venas. Me desquicio. Quiero poseer cada uno de los pecados capitales; la ira, el orgullo, la avaricia, la gula, la lujuria, la pereza, la envidia, la ira.

Quizás en busca de una dosis de maldad, exageré un poco. Por más que me guste el dolor, tenga ironía en mi lengua y veneno en mi saliva, no lograré ser amigo del diablo en mi irrisorio hablar. No encontraré mis cinco minutos de gloria en honor a la demencia trastocada y demoníaca. Sólo soy un noble. Aunque siempre uno encuentra en un rebaño a ese lobo con piel de oveja. Soy un estepario, un licántropo. Quizás a escondidas, algún día, logre llamarme peligro.

Thursday, March 23, 2006

In the summer time

Recién hace dos días oficialmente el verano se acabó. El equinoccio, las hojas en el piso y las frías noches dan por concluída la temporada. Los recuerdos se apoderan de mi cabeza cual típico dibujo de vuelta a clases para el ramo de Artes Plásticas. Apreto rewind y le doy inicio a la décimo séptima página de mi diario personal; el archivo de Way Roth.

Ya se acaba marzo. Gran parte de mis compañeros ya están asistiendo a este entretenido semestre que nos trae regalos como “Literatura Universal Contemporánea”, “Electivo Teológico” y por último pero no más entretenido “Periodismo Científico II”. Una sutileza, una gentileza. Me traje cosas pendientes, dejo otras tantas en los baúles que no me llevo. Cuento los días al 5 de abril -fecha antepuesta por mi persona para partir a Antofagasta- con la ignorancia de no saber si quiero o no quiero que llegue aquel miércoles.

Mis amigazos capitalinos ya lloran mi partida. Ha sido un verano notable. Carretes memorables, situaciones sin igual. “La Nona” se transformó en nuestro segundo hogar y el “Masitas” en nuestra cocina hogareña. Por lo menos una vez a la semana hacíamos el recorrido a ambos locales, y a veces más. Sin respetar ni días de la semana, ni domingos, menos festivos.

Cientos de imágenes quedaron en mi retina: Zapallo, Isma y yo deslumbrados por el ambiente del after hour clandestino que salvó nuestra desolada noche navideña: "Le pusimos weno". Mi cara de baboso cuando chateaba por MSN con Amelié; su risa incontorlable por mi "humor diferente". Naty, Niny, Isma, Pelao, Xime y yo viendo como Zapallo caía desde las escaleras de “La Fábrica”; más tarde llevando el C-H-I en el mercado; y finalmente fuera de su casa a pies descalzos y con los pantalones abajo mostrándole a todos sus boxer de “Bob esponja”.

El maratónico piscinazo, con asado, bebestibles y fumables; junto a Alex, Hugo y demases; y con los mismos personajes La “Fiesta de la Cordillera” (ver posteo anterior). Zapallo tirando las sillas de playa. Las carreras en el auto del Yayo, al regreso de cualquier carrete. El casorio del Huevo con la Karen. La Love Parade. La Michu en su capítulo más bochornoso; y en días posteriores los gritos de su mamá por teléfono. Las noches de locura. Los días de caña en el diario. Las entrevistas con la SCA, Villouta, Parra, el Negro Piñera y varios personajes más.

Tamara, mi sobrinita de un año cuatro meses, riendo mientras yo hablaba por teléfono; tratando de decir “Carlos” con un incomprensible “Atnn”; y pidiéndome que bailáramos cada vez que tocaban algo, lo que sea, en la radio o la tele. Janis, mi otra sobrina, de seis meses, riendo cuando hablo pelotudeces. Los carretes en Viña con la Vinni. Santana dando una cátedra de música en el Nacional; y luego en el noticiero de Chilevisión mi cara respondiéndole a Carola Jiménez: "Fantástico, los músicos son sensacionales".

Los pocos días de ocio. Los mensajes, los llamados, los correos. La música, los bailes, las risas, la juerga. Los reencuentros. Las vueltas de la vida que siempre se presentan. Mi familia, mis amigos, mi gente. Todo.

Que las pilas se recarguen. Se fue el verano. De vuelta a los estudios. Aprovecharé los primeros días de otoño que me tendrán apostado en mi casa. Compraré los pasajes, tomaré más recuerdos y nuevamente contaré las horas que me quedan en Santiago, sin saber si quiero estar acá o allá. Sur o no sur.