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Saturday, October 28, 2006

No name

Que mi croquera virtual haya estado abandonada no significa nada. Creo que no se necesita mucho para hacer o dejar de hacer algo –que puede a ratos resultar tan trivial– como comentar anécdotas o pensamientos en Internet. Acá estaba mi diario, donde mismo, aunque vacío de novedades. Ideas habían, pero pronto se desvanecían en las pocas horas libres que la vida juvenil universitaria deja; pasaron los días y el pensamiento fluyó, sin asentarse, en algún recoveco cerebral se extravió.

Y así han pasado exactos ciento setenta días de "inexistencia bloguística". Pero nunca es tarde para lanzar algún escrito, menos para una simple pelá de cables. Con algún personaje habitual de inspiración, quizás... quien sabe... ahora a mi lado, con cara de perdido y obsesionado, llega el vigésimo segundo relato del diario de Way Roth. Que la fibra óptica nos ampare.


No sé quién soy, ni dónde vivo, menos dónde estoy. No sé que día es hoy, ni que me depara mañana, menos si se celebra alguna festividad o bien se organizó alguna manifestación. No sé si el dólar subió o bajó; no sé a cuánto está el cobre, ni de dónde se extrae; no cacho si nos gobierna un socialista o un opus dei; supongo que no tengo hambre y por lo menos sé que al baño no quiero ir.

No estoy seguro del porque sigo en esta silla, ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde que me senté, recuerdo que apagué la tele y me serví un vaso de leche, prendí el computador y abrí unas páginas en la ¿Web?


Comprendo que en algún momento tuve un nombre real, no esta especie de seudónimo que a ratos no hace más que ridiculizarme; presiento que alguien más vive aquí; a ratos escucho que golpean la puerta y andan por unas escaleras; sé que mi cuerpo tenía más carne y que la vida fuera de estas cuatro paredes existió.

Sé que algún aparato suena rechinante por ahí, lo escucho en algún descuido de mi mente concentrada en la pantalla Samsung de 800 x 600 píxeles que en alguna navidad obtuve, y me parece que el monito verde con una cruz blanca sobre un círculo rojo, que aparece en la parte derecha baja de la pantalla, en algún momento me cautivo y de algo me sirvió, pero no sé cuándo fue.

Cada ciertas horas en este lugar, que de alguna forma extraña habito, la luz de las ventanas deja de aparecer y debo encender una lámpara apernada al escritorio. Es justo en esas horas cuando más solo me siento, poca gente pone cosas nuevas que mirar en la red, y aunque debo decir que es más fluído el tráfico de información, mi ansiedad y obsesión hacen que el "Compaq" se reinicie, momento exacto en que el reflejo de la pantalla en negro muestra mi cara pávida con ojeras lánguidas y pelos múltiples.

No tengo un verdadero nombre, no sé quién soy, ni sé muy bien dónde estoy; círculo por un mundo sobrenteendido que a ratos me parece más real que el que en alguna vez viví, de cierto modo más democrático, más antihistanímico.

Acá tengo conversaciones superficiales, dejo posts, sigo la vida de los demás en sus páginas personales, voto en encuestas que no son evaluadas, me llegan informativos en idiomas que no entiendo, poseo una novia panameña, visitó a diario los lugares más recónditos de la tierra, seré ciudadano norteaméricano en un mes, ayudo a niños desaparecidos y enfermos a diario, aprenderé inglés en diez días, acabo de concretar una cita con una ucraniana y ganar un millón de dólares en la lotería gringa; cambié mis cuerdas vocales por cables de Adsl, y mi cabeza por un Intel Pentium 4... Soy un hijo de Bill Gates.