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Friday, May 18, 2007

El legado de Odessa

Nuevamente en el cumplimiento de mis deberes, se genera la vigésimo cuarta página de mi diario. Hoy Way Roth se viste de moscovita, toma un vaso de vodka y le dedica unas líneas a la película que dio inicio al denominado "Montaje de atracciones". Destacada por poseer la -considerada por algunos- mejor escena en la historia del séptimo arte. Directamente de Rusia y con amor.

Para realizar desde un análisis hasta un breve comentario de la obra cumbre del director soviético Sergei Eisenstein, “El Acorazado Potemkin”, es necesario situarse en el contexto del cineasta: la Rusia hija de la revolución y enemiga de los zares; la vedette de la Europa del este de comienzos del siglo XX, ortodoxa y leninista. Por consecuencia debemos entender la importancia de la revolución bolchevique como parte fundamental de su teoría; algo así como que se quisiera estudiar la filmografía de Oliver Stone, el fukuyama del Séptimo Arte, entendiendo su fervor por el imperialismo estadounidense. Burdo, pero ejemplo al fin.

Es así que el film realizado por Eisenstein en 1925, como toda su filmografía, se basó en lo que él llamó el “Montaje de Atracciones”, articulado con el espectador como factor trascendental, guiando su percepción hacia un objetivo establecido de cargado carácter ideológico. Algo que sin duda logra gracias al dramatismo de la historia que se caracteriza por un referente espacio-temporal, logrado con el uso constante y análogo de primeros y medios planos, y poco movimiento de cámara.

Cabe mencionar que si bien en general el montaje se estila con encuadres fijos, el travelling utilizado en el prodigio de escena “La escalera de Odessa”, es sin duda un adelanto a su tiempo, considerada la mejor secuencia de la historia del cine, y siendo imitada y parodiada en obras como “Los Intocables” de Brian de Palma, “Brazil” de Terry William, y la última entrega de “La Guerra de las Galaxias” de George Lucas.

Además dentro del film podemos captar una serie de aspectos que se hacen típicos de sus textos cinematográficos: el rechazo a la narración, prevaleciendo el montaje; la imposición de la multiplicidad de personajes, evitando el individualismo y el protagonismo unipolar –destacándose la mortalidad del héroe, pues ese podría ser su destino-, y la configuración geométrica en sus tomas, que en su conjunto además de extraerlo de una atmósfera narrativa, también lo hace de una abstracta, dándose un espacio de carácter ceremonial, expectante.

La justificación de su montaje, es lograr un objetivo: exponer razones suficientes que sustenten la revolución; legado que más allá de influir en la sociedad y cultura de su país, dejó sentada las bases de un cine político para el mundo, cuyas características flamean una bandera: la lucha contra un sistema que, a ojos del autor, nos quiere someter; o la justificación de las acciones de un pueblo, nación, o gobierno para lograr el sueño “de cada uno de los habitantes de un territorio”.