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Tuesday, June 05, 2007

Una nueva mirada al cine español

Como ha sido la tónica de las dos últimas, esta página nuevamente le da una mirada al Séptimo Arte. Si bien anteriormente comentaba sobre un clásico del cine en la Europa del Este; ésta vez las miradas están dirigidas al otro extremo de éste continente... Una película española con aires del neorrealismo italiano que enmarcara un etapa de la disciplina luego del derrumbe causado a la península tana la Segunda Guerra Mundial, en los diversos frentes, que posupuesto englobo al cine.

Sin más preámbulos, acá el diario de Way Roth adjuta un pequeño comentario de lo que me parece una excelente película. "La Lengua de las Mariposas" en mi vigésimo quinto escrito.

Inmaculado es el momento en que la pantalla de la cinemateca se nos estampa en la retina y nos da el aspecto más familiar que existe, la esencia de la vida misma, la calle, la ciudad, nuestro propio pueblo; el punto entre nuestro pequeño mundo habitual y el espacio fílmico, el extracto en que el vendedor de la calle pasa a ser nuestro vecino, en que el humanismo intrínseco –quiérase o no- en el hombre, devasta la imaginación y se transforma en nuestra ventana cotidiana.

Ese instante casi perfecto, que nos obsequia situaciones familiares, y no la parte fantástica de nuestra mente y su absorto mundo onírico, fue la característica substancial del neorrealismo italiano, que ante la devastación cultural, política y económica dejada por la segunda guerra mundial, convirtió a los italianos corrientes en protagonistas, a sus calles en escenario y a Italia en el centro del universo del séptimo arte.

Este movimiento artístico que es por antonomasia el creador del protagonismo de la calle, con autores como Vittorio de Sica (director) y Cesare Zavattini (guionista) en “Ladrón de Bicicleta”, y Roberto Rossellini en “Roma, ciudad abierta”, nos regala un poco de nosotros mismos; concepto que a ratos nos resulta tan difícil de encontrar sin que aparezcan los “terminators” y los “rambos”.

Es por lo mismo que se agradece la insistencia de autores como José Luís Cuerda, quien a través de “La Lengua de las Mariposas” es capaz de traernos nuevamente una historia en donde el humanismo y los contextos habituales, más cercanos a la amarga realidad, son el eje principal de la historia, poniendo de manifiesto al escenario -en este caso en su tejido político, económico, como también su idiosincrasia- como otro protagonista, pues es fundamental en todo momento de la historia.

En resumen, Cuerda, basado en la novela de Manuel Rivas “¿Qué, me quieres amor?”, relata una historia que anticipa miseria sin hacerla estallar, manipula los arquetipos típicos de una España labriega, trastocada por el concepto de poder que genera siempre, de algún modo, una privación de libertad, pues el escenario en sí mismo corresponde al período de preguerra civil; todo a través de un maestro (Don Gregorio) intepretado por Fernando Fernán Gómez, y un niño (Moncho) interpretado por Manuel Lozano, y su particular relación.
La vida en la escuela, el niño que quiere aprender y las directrices políticas, quizás nos recordó a muchos nuestra cercana historia, nuestro pasado como infantes y esas ganas tan grandes de querer saberlo todo; más aún con la similitud de los escenarios, nuestra inocencia enmarcada en una dictadura, y la de Moncho en los conflictos previos a la época de Franco.

Aquella visión celestial del niño y su implicancia con la mirada madura y desengañada, nos hace recordar a un Giuseppe Tornatore y su “Cinema Paradiso”, aunque bien en este caso el “Cine” es bien remplazado por el “Saber”. En ese sentido, el filme de Cuerda es una especie de acto de iniciación, responde a la fábula del pupilo y su maestro; la mirada inocente que busca soluciones a los problemas de los adultos y que recae con facilidad en la ternura y la desesperanza.

El filme a su vez se entremete en el infausto camino de la maquinación, de la injuria y la traición, del dramatismo de esconder los sentimientos, de la dignidad disipada y la impotencia ensimismada; el rumbo de la historia pesa sobre el conservadurismo del ambiente y las constricciones de un mundo político y religioso fracturado.

Es este espacio real, de humanismo puro, de pérdida de inocencia y alboroto de hormonas, que hace de “La Lengua de las Mariposas”, una especie de neorrealismo español, desintegrado de los típicos filmes ibéricos donde el sexo y la transexualidad son conceptos trásfugos y recurrentes, transformándose en una delicia, algo que a ratos se pierde tanto en el cine.

Ojala pudiéramos de cada filme atrapar lo que este nos entrega, el candor del niño que ve con ojos bien abiertos los problemas que nos aquejan: Moncho es un poco de lo que todos llevamos dentro, y Don Gregorio aquello que siempre queremos ser: un viejo consecuente y que lucha por sus ideales; la síntesis de un espejo, la yuxtaposición de nuestros propios ejemplos, nuestro yo y su alter ego.