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Wednesday, September 28, 2005

Equinoccio enamorador

De partida eviten el comentario, “que andai mamón”, dejo en claro que lo que me llevó a publicar esto, es simplemente la fecha y las conversaciones previas (obviando el inquilino primavera mencionado por "caezon"). Hace unos minutos con unos amigos comentábamos – sin dármelas de sapo – lo especial – por no decir ricas – que se ven las mujeres en primavera, no se si será algo en particular, pero de que mejoran, ¡mejoran!

Esto, sumado a la cantidad exagerada de bicharracos verdes posados en mi polera amarilla, me hizo recordar una columna que tenía en un antiguo blog, una historia ficticia, pero que refleja de buena manera los sentimientos primaverales, las emociones que trae consigo este equinoccio, lo que de cierta forma, todos vivimos. Ésta es la segunda página del diario de Way Roth.

La penúltima etapa en la vuelta terrestre por el sol, en pleno septiembre, pone a nuestro hemisferio de cara con el candente astro, dándole paso a la primavera, época de flores, placeres, perfume de mujer y por supuesto del amor. En la televisión anuncian un día despejado y con altas temperaturas. En las calles, seductoras enemigas con vestidos cortos, llamativos y tentadores, incitan a una revolución hormonal. ¿Cómo resistirse a semejante placer?

Tan sólo un paseo por el Parque Forestal, es suficiente para comprobar cualquier teoría al respecto. ¡No enamorarse sería un pecado!, solía decir mi abuelo, hay que aceptar que el hombre sabía mucho, pero en general todos tenemos algo de experiencia.

En un octubre de antaño, cruzó por mi primavera, la más bella de las flores del jardín de mi vida. Alta, pelo castaño, ojos profundos, hermosa sonrisa, de mediana edad y una esencia única. Una mañana calurosa, esperaba el microbús que me llevaría a mi destino, en un segundo mágico desvié mi atención y la vi, con su pasar sonaron campanas, la escena se volvió lenta, yo enmudecí.

Cambiando de rumbo y fijando la vista en mis pupilas, dirigió su discurso. Yo, lejos de estar consciente de mis facultades pragmáticas, casi volando asistí: “disculpa, no te escuche”. Con un tono dulce repitió: “¿Tienes veinte pesos?. Sin una palabra más, introduje la mano en mi bolsillo derecho y saque un par de monedas, al dárselas su aroma lleno mi espacio, me volvía débil a su presencia. El roce de sus labios en mi mejilla izquierda dándome las gracias, fue motivo suficiente para amarla.

Tomé su mano, apretó mi muñeca y me abrazó, le pregunté su nombre y le dije el mío, nunca llegué a mi destino de ese día de octubre. En sus ojos pasaron las siguientes diez horas, los siguientes días, los siguientes meses, los siguientes años. La primavera había jugado sus cartas, había hecho aflorar el amor en una esquina del centro de Santiago.

Fueron tiempos mágicos, únicos, pero la avaricia de los sistemas y el vil papel pintado con rostros añejos, pudieron más que yo. No le pude ofrecer un mundo de lujos, tan solo mi sentimiento, pero no pareció ser suficiente. Con apenas 21 años se casó con un tipo que casi triplicaba su edad, separado y con dos productoras televisivas a su haber. ¿Su complemento? No lo creo.

Yo sigo esperando el microbús en el lugar donde nos conocimos, aún conservo sus cartas, sus fotos, su espacio, y en mi olfato retórico, su aroma. Y si bien lo que no te mata te hace fuerte, hubiese preferido seguir siendo débil, vulnerable, dependiente de sus formas, de su aire.

Y así cada uno tiene su historia, su eminente cuento para nietos. Todos somos, de cierto modo, experimentados en lo que significan estas fechas, incluso algunos ya estamos acostumbrados a conllevar el deseo intrínseco placentero de la satisfacción hormonal, de la química perfecta.

Equinoccio de septiembre, que nos traes tantas penas y alegrías, que a ratos inestabilizas nuestras emociones dándonos paz otra vez, sin embargo, esto no provoca impedimento alguno en nosotros para esperarte durante nueve meses, cual hijo espera salir del vientre de su madre. Quizás, es simplemente nuestro instinto que tras emanar de nuestra primera mujer, busca adentrarse en una nueva, y así pacientes estaremos cada primavera, para que el milagro vuelva a ocurrir.