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Thursday, May 03, 2007

De ontologías, reflejos y futurismos

Con la licenciatura en Ciencias de la Comunicación bajo el brazo, en el último año universitario (a menos que estudie otra cosa), con menos ramos, pero más trabajos; a secas... Producto de las exigencias académicas, llega el circumbirúmbico ditirámbico paradójico mundo del Séptimo Arte, en unas pocas líneas, la vigésimo tercera página del diario de Way Roth.

El fondo negro y las letras blancas dan cuenta de los detalles, nuestra mente deambula en un universo paralelo en donde las preguntas no se limitan. Acabamos de presenciar un hecho, una realidad virtual, la diégesis del cine, el reflejo de lo que somos, seremos o bien alguna vez fuimos, una realidad narrativa presente, pero que puede llegar a conectar 4 millones de años de historia (2001: Odisea del Espacio, Stanley Kubrick, 1968). Y a veces seguimos siendo los mismos.

Es en ese instante, cuando los nombres de una producción traspasan las fronteras de la retina y como un todo logran un objetivo: conmocionar al espectador, que nuestra mente en un círculo vicioso obtiene las respuestas adquiriendo más preguntas. Lo expuesto es parte de una realidad posible, nuestro inconsciente queda retumbante: ¿Llegaremos a eso?, ¿Somos verdaderamente así?, ¿Será real esa historia?

Dentro de este universo creado por los artistas de la imagen en movimiento, se agitan diversos hechos, que no son sino el resultado de sus propias experiencias, de la transfiguración del entorno o de las prácticas del “ego”; la tierra desbastada por un meteorito (Impacto Profundo, Mimi Leder, 1998) o el interior de mi conciente hurgado por los demás (¿Quieres ser John Malkovich?, Spike Jonze, 1999).

Las influencias son muchas. El escritor le da a la novela el carácter que quiere según sus expectativas, el guionista aporta lo suyo a través de sus vivencias, el director imprime sus conocimientos en el relato y la historia, aún más, existe la implicancia que puedan tener las características de cada ente circulante en el film; aunque siempre precede a las demás la del estilo del director.

Así, diferentes motivaciones mueven al cineasta a crear los universos artísticos de sus narraciones. Steven Spielberg tomó las historias que relataban sus abuelos sobre el holocausto y las utilizó para el relato de “La lista de Schindler” (1993); Mel Gibson fundado en su apego a su catolicismo místico, evidenció la cruda historia de Jesús en “La Pasión de Cristo” (2004); y Serguéi Eisenstein dotó al “Acorazado Potemkin” de toda su convicción a favor de la revolución bolchevique en Rusia; por ejemplo.

Evidenciamos la realidad, y nos deslumbramos con la ficción. Historias reales, hechos ficticios en sucesos pasados, futurismos y ontologías. El lenguaje cinematográfico relata nuestra propia verdad y nos muestra lo que puede acontecer.
¿Es entonces el cine un juego de espejos?, ¿es el reflejo del individuo y nuestra sociedad?, o se da la casualidad que las semejanzas con la realidad son sólo coincidencia, y no representan el pensamiento de quien dirige la historia, como diría un canal de televisión. Más allá del relato de una historia verídica o ficticia, el séptimo arte funciona como una herramienta interactiva con la realidad, se dota de ella y a la vez le muestra al público hechos posibles.

Ejemplos hay muchos. En nuestra memoria están los relatos sobre la Guerra de Vietnam, a través de obras maestras como las de Coppola y Kubrick, con “Apocalipsis Now” (1979) y “Nacido Para Matar” (1987), respectivamente; y así mismo nuestros sentidos quedaron temblorosos ante un Ridley Scott, que fue capaz de evidenciar la influencia oriental en la cultura occidental a través de “Blade Runner” (1982), veinte años antes que nuestros televisores se llenaran de sus producciones, patentizadas en una nueva moda: Los Otaku; y Fritz Lang quien vaticinó la evidente brecha entre las clases sociales debido a la tecnología económica a través de “Metrópolis” (1927).

Hoy volvemos a la sala de cine, nos adentramos en una nueva historia, nos identificamos, odiamos, reímos, lloramos: el reflejo de nuestra alma en ese juego de espejos; el cine se nutre de la realidad, del presente, del pasado; y nos expone lo que podría ser el futuro; nos da calma y locura; suspenso y armonía. Nos amoldamos a la butaca y nos preparamos para otra dosis de nuestra vida; “Buenos días… Y por si no volvemos a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches”, Jim Carrey en “The Truman Show”. ¡Que comience la función!