El genio en su propia senda
Sin mayor introducción, acá está en la tónica cinéfila la vigésimo sexta página del diario de Way Roth.
Fue hace lejanos 17 años que el mundo de Terry Vance Gilliam sedujo mi mirada y ayudó en mis primeros acercamientos reales al Séptimo Arte. Ya atrás habían quedado los domingos en el “cine de carabineros” junto a algunos amigos, en compañía de alguna película de corte disneyliano, cuando, gracias a las bondades de la tecnología imperante, mi hermano había adquirido en el videoclub del barrio un VHS para pasar la tarde; un filme que por lo demás estaba lejos de ser lo que cotidianamente me dedicaba a observar.
Ahí me quedé, en el living del departamento esperando que comenzara la función, aún cuando la primera experiencia junto a mi hermano había sido un tanto traumática, pues justo cuando transitábamos por plena era de aquel cine de “terror” hollywoodense, que buscaba la reivindicación moral de su juventud asustándolos con los Jasons y los Freddy Krugers, mi hermano tuvo la brillante idea de sentarme junto a él para ver de una, “Pesadilla” y “Poltergeist”, resultado de esta última, estuve semanas sin querer ver el cierre de las transmisiones de los canales nacionales.
De aquel instante de mis ocho años, poco recuerdo con total claridad; sólo quedó la imagen del oficinista que soñaba con ser un Ícaro con estampe de héroe y pelo a la moda, y que en medio de una sábana de nubes buscaba a su mujer; mi cabeza de niño, que con suerte entendía la palabra pájaro, estaba lejos de comprender el sentido crítico de la imagen de un tipo empaquetado con alas en busca de su quimérico sueño; pero “Brazil” se transformó en mi primer acercamiento al mundo mágico de Gilliam.
EL PARAÍSO INFERNAL DE LA SAMBA
Años después de este encuentro, cuando el cine estaba arraigado en mi vida y ya mis sentidos habían presenciado un par de obras de Gilliam, logré toparme nuevamente con la película. Entonces, mi personalidad algo madura ayudó a tomar de otra manera a su “hijo pródigo”, analizando de forma más concreta las influencias que en ella se presentan, además de su sentido sarcásticamente crítico; hecho que prosiguió en el tiempo, cada vez que mis ojos pestañaban al ritmo del bossa nova que Kate Bush interpretó para el filme: “Brazil, where hearts were entertaining june”.
¿Qué es Brazil? Como escenario nos muestra “algún lugar del siglo XX”, con una sociedad deshumanizada y automatizada, carente de valores y trágicamente interdependiente de sus estructuras; un mundo ironizado, que hace referencia satírica a la obra “1984” de Orwell, llevada al cine por Radford; analogía similar que se le podría otorgar al compararla con Fahrenheit 451 de Truffaut. Conjugada de un contraste marcado por lo onírico y lo real –algo muy típico en el cine de Gilliam –, deambula entre las sombras de la niebla ciudadana y los sueños de aquel burócrata, magníficamente bien interpretado por Jonathan Pryce, que podrían estar más cercanos a lo que es Brazil, la ilusión opuesta de la distopía presagiada por el director.
Esta perfecta función social de la mecanización, argumentada en el uso del poder, la autoridad y el sistema, pero que al mínimo quiebre explota; podría ser comparada de forma escalofriante con algunas propuestas teóricas como la institucionalidad desinteresada por la sociedad que propone Kafka, o bien con el estado de vigilancia o panóptica de Foucault; comparaciones no menores, y que caracterizan algo muy común en el cine de William: la crítica intelectual. La concepción de Brazil, en este sentido, podría ser hija de la expansión y el avance tecnológico, con unidades de poder acrecentadas y eficientes. Una homogeneización que parece más anormal de lo que realmente es el mundo de hoy.
También es preponderante en esta amalgama visionaria, la apuesta por la estética desenvuelta en un barroquismo desenfrenado, aspecto que hace tributo a grandes maestros como Einsenstein y Lang. Además destacan dentro de la obra el picado y contrapicado, la toma cenital y el plano en profundidad, esto último, adquiere una característica notable cuando se muestra al personaje principal, Sam Lawry, siendo interrogado en el Ministerio de información, y luego se muestra la inmensidad de la estructura con una fusión de dolly y zoom.
Toda esta propuesta del mundo gilliano, que se supone por sí solo futurista, es sin duda una mirada al interior de nosotros mismos, un ataque al individualismo, al fanatismo por la estética, al terrorismo, al imperialismo, a nuestros propios miedos proyectados en la verdad de nuestros errores, todo dentro del estilo propio de este gran creador, que me costó bastantes años descubrir, ya que entre mi primer encuentro y el resto de su obra pasó algo de tiempo: exactos siete años para que me volviera a deleitar con otra visión crítica del mundo, aunque esta vez de carácter más animalesca, apocalíptica y esquizofrénica.
SIN DELORIAN, NI TERMINATOR
Por coincidencia, en medio del desinteresado zapping a través de la señal del otrora Metrópolis Intercom, encontré “12 Monos”, un filme que debo admitir, previo a saber quien lo dirigía, me atrajo por la presencia de Bruce Willis y Madeleine Stowe. Mi close up con el Séptimo Arte había sido paulatino, en mi adolescencia me deje llevar poco a poco por talentosos iluminados como Tarantino, Rodríguez, Amenábar, Burton y los hermanos Coen; como también por ilustres maestros como Scorsese, Coppola, De palma, Cronemberg, Scott, Kubrick y Lynch; Gilliam sería el siguiente en la lista.
En este imprevisto encuentro, obtuve gratas sorpresas. Por ejemplo las representaciones del hasta entonces “hombre duro” Willis; y del medianamente conocido Brad Pitt, quien en menos de un año me mostró que realmente actuaba con buenos papeles tanto en esta película, como en “Seven”, “Leyendas de Pasión” y “Entrevista con un Vampiro”. Ambas interpretaciones sin duda estaban bien entramadas gracias a la mano de Gilliam, su estilo inconfundible y el manejo artístico que terminó extrayendo a estos dos personajes y dejándolos en el colectivo espectador.
También inciden otros marcos del relato cinematográfico, como la complejización de la historia, la minuciosa ambientación, primeros planos que desbordan la locura y la banda sonora (desatacando la introducción de Piazzolla) que es simplemente notable; aspectos que entrecruzan la trama de manera única y perturbadora. Sólo el planteamiento inicial ya es alarmante y prepara al espectador para lo que viene: “5 millones de personas morirán a causa de un virus letal en el año 1.997. Los supervivientes abandonarán la superficie terrestre. De nuevo, los animales dominarán el mundo”.
Desde el primer contacto el filme te guía por una trama, aunque confusa, muy bien argumentada, en donde la atención se concentra en el drama y la inquietante mente de un ex convicto, James Cole (Willis), que debe lidiar con la cordura y la moral en medio de sucesivos viajes al pasado que se transforman en un eterno dejá vù, desechando la premisa desgastada del héroe salvador de la humanidad. Nuevamente Gilliam nos plantea la lucha de un hombre con algo tan poderoso como inabarcable; aunque esta vez, con tu toque más serio nos hace entrever que la gran responsabilidad de nuestros males recae en nuestros propios errores, y peor aún a veces no hay vuelta atrás.
Con todo esto “12 Monos” es una de las mejores películas de ciencia ficción de los 90’, de aquellas no hechas sólo para el consumo, sino que para el análisis y el proceso, como todo el cine de Gilliam. Es un thriller difícil de ingerir pero que tras varios vistazos se transforma en una pieza de colección; revisión que se hace necesaria y no rutinaria, pues el guión posee la virtud de entregar en muchas ocasiones nuevos datos al espectador.
Ya con Gilliam como referente de buen cine, nuevamente por el azar, en una noche de insomnio me tope con otro experimento fílmico de su estilo tan particular. Ya su imaginación me parecía lo suficientemente retorcida y ácida, llena de símbolos y mensajes; pero mi última experiencia con su obra me hizo razonar en algo así como: “nunca lo que te otorgan es suficiente”.
ALUCINÓGENO FINAL DE CAMINO
Dentro de toda la narrativa fílmica que se me había presentado, más allá de las concepciones teóricas de este director, paralelo a su forma de relatar que sin duda se impregna a cualquier idea y queda plasmada en su filmografía, existe un elemento que es fundamental en el desarrollo de su cine, hablo del surrealismo. Un estilo lleno de directrices, e influenciado según el propio Gilliam por directores como Kubrick, Buñuel, Fellini y Kurosawa. En este modus operandi confluyen a ratos la ciencia ficción, el inconciente motivado por lo sueños o las drogas; los “futurismos” encriptados en la crítica a nuestra deshumanización; un estilo escandaloso, lleno de personajes pomposos, flash blacks y raccontos.
Y que mejor ejemplo de esto, que su más desquiciada, megalómana, turbulenta y tragicómica película, “Pánico y Locura en Las Vegas”. Una especie de retrospección alucinógena, que enmarcada dentro de sus cánones, fue por muchos supeditada a una fantasía experimental de Gilliam. Aunque no cabe duda que su visión está por encima de los clásicos del cine, en su mundo propio, lejos de cualquier tipo de generalidad que la transforme en algo tan detestado por él: un filme hollywoodense.
Nuevamente vemos como la perturbación juega un papel esencial en el relato, aunque esta vez sea a base de las más variadas sustancias ilícitas, y no una especie de paranoia provocada simplemente por la sociedad; ahora el juego está en la dualidad de los propios personajes: un periodista bizarro interpretado por el más bizarro de los actores, Johnny Depp, y un abogado grotesco, ordinario y drogadicto compulsivo, interpretado por Benicio del Toro; ambos papeles muy bien logrados.
Es destacable el excelente manejo de los ángulos; en este caso el uso de planos subjetivos –también vistos en los sueños del burócrata en Brazil –que narran los estados ilusorios de los protagonistas, le dan un carácter único al relato, haciéndolo más llamativo y penetrador, la imaginación vuela y uno se pregunta: ¿realmente esto es el efecto de los psicotrópicos o simplemente Gilliam me mandó una nueva película de ciencia ficción?
Un mundo dionisíaco abre sus puertas para dejarnos ver el desenfreno escondido en la realidad de nuestras mentes; otra vez ante la crítica irónica, el rumbo de los personajes es un sueño americano a su medida, y sin duda que lo logran. El expresionismo y el juego de colores en la ciudad de las luces, o la más artificial del mundo –cómo quieran –emerge de su contraparte, las sombras.
Tras este esquizoide fílmico terminó mi aventura gilliana, y si bien de su autoría son más las obras que podría destacar –no todas por supuesto –, me limité a estas tres porque además de tener todo el enjambre de características típicas de su originalidad y ser lo mejor de su creación, en su conjunto forman un tridente en donde cada una tiene una particularidad que sobresale al resto: “Brazil” el onirismo, “12 Monos” la fantasía, y “Pánico y Locura en las Vegas” el surrealismo; y aunque son tres filmes fascinantes, arraigan con el mal de toda la filmografía de Gilliam, cada unidad, cada escena está tan bien lograda que le quita peso al todo de la historia, dejándola subyugada al detallismo.
Sin que esto último deteriore este tridente, Terry Gilliam me ha demostrado algo único: es posible sostener en el tiempo una carrera al margen de la industria, resguardando así la senda artística por sobre algunas medidas comerciales; hecho que sin duda en algún momento lo podría despojar de sus particularidades, y que sin ir más lejos ya le ha traído más de un dolor de cabeza; sólo espero y agradezco de antemano, que la máquina no destruya al hombre, ni que los miedos y críticas tan relevantes en su estilo narrativo se vuelquen contra él y que en una ley del: por donde pecas pagas, su identidad no se pierda en la mancha.
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Filmografía
- Monty Python and the Holy Grail (Los caballeros de la mesa cuadrada), codirigida con Terry Jones (1975)Jabberwocky (La bestia del reino) (1977)
- Time Bandits (Bandidos del tiempo) (1981)
- The Crimson Permanent Assurance, cortometraje incluido en *The Meaning of Life (El sentido de la vida) (1983)
- Brazil (Brasil) (1985)
- The Adventures of Baron Munchausen (Las aventuras del Barón Munchausen) (1989)
- The Fisher King (El rey pescador) (1991) (Pescador de ilusiones)
- Twelve Monkeys (Doce monos) (1995)
- Fear and Loathing in Las Vegas (Pánico y locura en Las Vegas) (1998)
- The Brothers Grimm (Los Hermanos Grimm) (2005)
- Tideland (2005)
Mención especial:
- Lost in The Mancha (Perdidos en la Mancha) (2002) Dirigido por Keith Fulton y Louis Pepe. Documental que narra las catástrofes durante la producción de la película The Man Who Killed Don Quixote, filme de Gilliam que nunca se terminó.